POR FEDERICO SANCHEZ DE ESENCIA ANDINA
Todo tiene corazón
Faltando cinco minutos para comenzar la sesión todavía me seguía imaginando cómo sería. A partir de las fotos de sus dos niños en su perfil de whatsapp, bien me podía dar una idea de cómo sería o ella, pero como los hijos vienen siempre con la sana costumbre de ser más bellos que sus padres y al no conocer un punto de referencia del progenitor renuncié a hacerme ideas de su físico por el único medio que poseía para tal fin. Habíamos intentado conocernos sin éxito durante los últimos dos meses, inclusive hasta nos pusimos cita en lugares fuera de la ciudad donde convergíamos al tiempo sin que fuera posible que cumpliéramos los compromisos. Creo que la pobre, después de tantos intentos vanos por vernos, debía tener algún temor medio fundado con respecto a mi presencia el día de la preparación de esencia en su laboratorio artístico de Hierbas al parque. La primera vez que oí hablar de su proyecto me pareció tan hermoso que pensé difícilmente algún burócrata bogotano le daría los recursos para semejante apuesta, embebidos en demostrar la eficacia de los recursos públicos por medios de cifras cuantificables, medir el impacto de un proyecto como el que Camila y su grupo proponían se convertiría en un desafío. Agradezco profundamente el haber estado equivocado y comprobar que la claridad de la puesta en escena planteada le había parecido a alguien con poder para patrocinarlo no solamente tan bella como a mí, sino también útil, combinación que resulta, como ya lo señaló Oscar Wilde, tan complicada con el arte “se puede hacer algo útil en tanto que no se admire, solo se puede perdonar el haber hecho una cosa inútil en tanto se le admire intensamente, todo arte es completamente inútil”.
Pocos meses atrás había recibido la llamada de Camila. Sobre las nueve y media de la madrugada me despertó de un plácido sueño para decirme que había comprado una esencia que tenía mi número y quería saber si yo la preparaba. Al confirmar sus sospechas me contó sobre Hierbas al Parque, un espacio para dialogar con las plantas y hacer performance artísticos con el fin de apropiarse de lugares públicos y de sanar memorias en ellos. Aunque según me dijo el proyecto estaba hasta ahora en pañales, a mí me dio la impresión que ya era todo un planteamiento hecho y derecho. Según me explicó una de las sesiones las quería dedicar a enseñar cómo hacer y extraer esencias de las plantas y cuando conoció la Esencia Andina supo que ese era el camino que quería tomar para ese taller. Pensé en la delicada balanza del dar y recibir, había llegado el momento de dar lo que había recibido. Uno de mis grandes maestros de la vida me la había enseñado a hacer con tanta generosidad que no dejó lugar a dudas, me dio tantos pelos y señales en su elaboración que de repente pasé de no tener ni idea a ser casi un experto en pocos minutos, me entregaba su experiencia sin ningún tipo de condición ni interés, a parte, claro está, de que pudiera expandir mi ser en la elaboración de este nuevo producto que llamaba a mi mente. Como la palabra de las personas no se encuentra tanto en su voz como en sus actos, entendí que si alguien me pedía alguna vez la receta debería darla con la misma fuerza con la que la había recibido. Y eso era precisamente lo que me pedía Camila.
Guardé el número con la curiosidad de conservar el contacto de una soñadora con los pies en la tierra, pero sin ninguna expectativa. Con el paso del tiempo he aprendido que lo que es será y que todo tiene un tiempo y un espacio tan perfecto que nuestra inquieta mente no alcanza a percibir sino una pequeña parte del milagro de la vida. Poner por eso en manos del sabio misterio del universo nuestro destino lejos de ser irresponsable es lo más lúcido que podemos hacer con él. Unos meses después la alegría de Camila lo dijo todo en la siguiente llamada, el taller se realizaría el 5 de octubre - aunque finalmente acabó siendo el 19 por un viaje que ya tenía programado. Me pidió llenar un formato para indicar el desarrollo del taller y me solicitó que tuviera en cuenta que quería no tanto una explicación seria y magistral, como sí una experiencia de vida que tuviera puestas en escena y que les permitieran a los participantes dialogar con las plantas mientras aprendían a elaborar el producto.
Los límites nos liberan. Dar un orden y un tiempo a cada acción me llevó a establecer partes muy puntuales del taller. En primer lugar una historia sobre del significado de las plantas para las comunidades indígenas y la relación que ellas tienen con la sanación del hombre. Luego la presentación de la Esencia Andina y su uso. En el desarrollo una experiencia de meditación por medio de la atención plena en la respiración y el oído para pasar a oler las plantas con los ojos vendados y escoger 7 de ellas para la elaboración del extracto. Después la realización del perfume personal y la elaboración de una etiqueta personalizada donde cada quien y pintaría lo que en principio sería un mándala. El cierre estaría a cargo de los organizadores. Pedí la lista de materiales, detallando los costos y dónde se conseguirían. Camila me dijo que todo le había parecido tan claro que la necesidad de vernos se desvaneció por completo.
Al llegar ese día observé al grupo que se movía en perfecta comunión sin decir una palabra, se notaba que ya habían adquirido entre ellos y con el lugar una especial relación. La comunicación se mide mejor cuando no median las palabras, en la comprensión del pueblo Kamentsa significa poner el corazón en el corazón del otro. Eso pasaba allí, mientras unos terminaban de colocar un domo maravilloso y pequeño, con partes plásticas y otras en tela, como pensado no solo desde una ancestralidad ensimismada sino desde un dialogo con el entorno, otros revoloteaban sobre plantas que, desmadejadas por el piso, parecían ordenar cada uno de los movimientos del grupo. Así era. En torno a ellas se había creado un orden específico de acuerdo con una posición preestablecida, amarraban algunos manojos y los colgaban, colocaban otras sobre las mesas, otras se quedaban en el piso, cada acción tenía una específica intención. Me preguntaba quién sería Camila porque al parecer que no había una directora, la situación indicaba que no solo sí la había sino que debía ser muy buena. Finalmente nos vimos y nos dimos un abrazo con el sabor añejo de aquel que se ha estado debiendo mucho tiempo, cuando se la presenté a mi esposa no pudo creer que nos acabábamos de conocer, a decir verdad yo tampoco, fue tan familiar el recibimiento de ella y todo el grupo que, como entrando a casa, me sentí volviendo más que llegando.
Los colombianos son igual que los ingleses pero al revés, mientras para los segundos presentarse a la hora de la cita es casi como llegar tarde, para los primeros llegar a tiempo constituye casi una falta de respeto, se puede constatar tanto en reuniones sociales como en compromisos de trabajo o citas personales, todo colombiano calcula exactamente como llegar por lo menos dentro de los 15 minutos siguientes a la cita, los más puntuales, claro. Por eso no es de extrañar que se comenzará media hora después de lo previsto, sin embargo, se reitera, los tiempos son perfectos.
Con el grupo reunido se dio comienzo a la sesión con una clase de yoga, se nos ofrecieron mats a quienes no teníamos y se nos pidió descalzarnos al tiempo que realizar las posturas tradicionales de la práctica. Fue un excelente comienzo por cuanto permitió al grupo la disposición adecuada, el trabajo con el cuerpo alerta la mente y afina la atención. Posteriormente, haciendo un círculo, se procedió a presentar la orientación de la experiencia desde el pensamiento de los pueblos Inga y Kamensta, con quienes el tallerista ha caminado algún tiempo. Desde esta perspectiva se explicó cómo para nuestros pueblos nativos la vida está no solo en el hombre sino en todo lo que lo rodea, todo tiene corazón, todo siente, todo merece respeto. Se recordó que los abuelos fueron capaces de ver que las plantas tienen espíritu y que cada una tiene unas particulares propiedades que suelen estar al servicio del hombre, pero más explícitamente se explicó que lo que descubrieron es que las plantas tienen conocimiento: saben. De allí que la caléndula desinflame y cicatrice, el pino despeje y refresque, la ruda limpie y proteja, la manzanilla relaje, el romero equilibre y abunde, el coyanguillo energice y potencie, el anis, el clavo y la canela concentren y endulcen y la mandrágora canalice.
Subsumido en un mundo académico me hubiera parecido imposible años antes dar este discurso, la idea de separar ciencia de saber con el fin de determinar lo que realmente era conocimiento estaba más que clara para mí. Sin embargo, al conocer el camino del yagé mi relación cambió profundamente y, desde allí, aprendí a observar desde otra óptica lo que podía significar la potencia de la vida resguarda en las plantas. Allí descubrí el chunduro, que es el nombre de la esencia que usan en los rituales de sanación los taitas, y me ayudó tanto que quise compartir mi propia versión con el mundo, de allí nació la Esencia Andina.
Con esta presentación di a probar a cada uno de los asistentes mi Esencia Andina personal, la idea era que probaran mi saber/hacer, por cuanto eso es básicamente lo que contiene el frasco, indicándoles que extendieran sus dos manos para recibir con totalidad y se enfocaran en un pensamiento, específicamente en una palabra que les gustaría en sus vidas. Una vez con la palabra en mente y después de frotar las manos para expandir el aroma y volatilizar el pensamiento les pedí que inhalaran lo más profundo que pudieran colocándose a palabra en todo el cuerpo, sintiendo que la vivían, experimentándola, es decir que se dieran un regalo, que se dieran un presente. Eso es la esencia, un presente en dos sentidos, regalo y tiempo. Como regalo, pensamiento enfocado, intencionar la vida; como tiempo, un momento de presente al parar la mente un segundo y sentir totalmente la fragancia: dialogo sin palabras con el rebosante de aromas de muchas plantas.
Con esta información se ofreció la experiencia de una practica de atención plena, mindfullness, la cual tuve la oportunidad de aprender en un proceso llamado Respira y para la cual se les pidió a los asistentes sentarse en círculo sobre el mat enrollado y seguir las instrucciones con la mayor gentileza posible para darle una oportunidad justa a la experiencia. Guiar la práctica significa hacerla, como ya se dijo, el ejemplo es la palabra. Así nos enfocamos en el oído para recepcionar los sonidos del ambiente, primero los más lejanos y evidentes, luego los más cercanos y discretos, escuchar sin juzgar, sin catalogar como bueno o malo, pero sí conscientes de los sentimientos que producían los sonidos en cada uno. Después hacernos presentes en la respiración, contemplarla, volver consciente lo inconsciente, ser el aire sin imaginar nada ni observar nada más que la vida misma fluyendo a través de cada uno, escoger un lugar para enfocarse allí donde fuera más evidente, observar, observar. Con gentileza nos desplazamos hacia los pies y observamos todas las sensaciones que allí estaban, ver que en el cuerpo están siempre pasando cosas sin que las sintamos, ver su temperatura, su peso, sus sensaciones, sin juzgar, sin pensar. El mismo ejercicio se realizó con las manos, revisar palmo a palmo, dedo a dedo, cada sensación como la única, como la primera. Al finalizar nos desplazamos al corazón y agradecimos a alguien, o a muchos, por todo lo que habían hecho por nosotros, darle un abrazo y dejarlo, dejarla partir para finalizar observando nuevamente la respiración y, cuando cada quien estuviera listo, dar por finalizado el ejercicio.
En un círculo de palabra que tenía como condición que aquel que tuviera en la mano un tótem simbólico, en este caso un caucho para el pelo al que se le colocó por nombre “Nudito”, podía hablar con la tranquilidad de que el resto lo escucharía bajo la premisa “escuchar es hablar”. Varios compartieron su experiencia, lugares lejanos que volvieron, imágenes, sensaciones, descubrir el entorno, descubrirse a sí mismos. No todos tenían que hablar y solo los que querían compartir lo hicieron con lo que se finalizó este momento.
Organizadas dentro del domo las plantas esperaban a sus buscadores, con vendas cubriéndose los ojos –debo decir que me encantaron por su simpleza y efectividad: pequeñas tiras de tela verde-, los tallerandos entraron en un mundo de aromas, las plantas colgadas se ofrecían a quien quisiera llevarlas, la idea era guardar un pedacito para, posteriormente, tomar lo que se quisiera (no mucho por el tamaño del frasco). Aunque no hice el ejercicio me encantó ver la disposición del grupo, la sensibilización previa, no solo de este taller, daba frutos, de verdad con su nariz dialogaban sinceramente con las plantas.
Una vez seleccionadas se procedió a hacer la esencia, hablando con cada planta escogida y pidiéndole que nos ofreciera su esencia, su ser. Agradecimos con respeto su presencia y una vez lleno el frasco se llenó con alcohol desodorizado y base de Esencia Andina. Ninguna quedo igual a otra, cada esencia tenía su propio aroma, daba cuenta de una búsqueda personal que había sido tejida por el espíritu de cada ser, el ímpetu de una planta se sentía más que otras, algunas dulces, otras refrescantes, otras fuertes, como niños que recién han descubierto el olfato compartimos estas creaciones y algunos pintaron su etiqueta.
Para el cierre, Camila me había anunciado que Alexandra se encargaría. Partera experta y conocedora de plantas, fue una maravillosa compañía, respetuosa en mi momento y generosa con el suyo, se realizó una ceremonia de limpieza que consistía en el lavado de pies de hija a madre y de hijo a padre. Aunque Camila estaba destinada en los planes de Alexandra a lavar los pies de su mamá los quehaceres del momento se lo impidieron y fue su hermana la que lo realizó, bello y conmovedor momento donde se agradecieron y perdonaron, lloraron y rieron, abrieron su corazón de tal forma que las lágrimas corrieron por varias de las asistentes. Luego siguió el turno de hijo y padre, buscando al mayor de los hombres presentes me encontró, yo que normalmente era siempre el más pelado de los grupos con los que andaba me estrené en mi nueva condición, los cuarenta no llegan solos. Si hubiera podido escoger sin duda habría preferido no hacerlo por cuanto tenía unas picaduras de mosquito que daban miedo, me daba vaina con quien me lavara los pies, pensé que no iba a aparecer nadie dispuesto, me equivoque. Un valiente levantó la mano y como el ritual consistía en decir todo lo que no se había dicho al padre, Eduardo, mi nuevo hijo, aprovecho para hablar con un padre con el que rara vez lo había hecho, pues lo había abandonado de pequeño y se lo había vuelto a encontrar solo de grande, frotando mis pies con albahaca endulzó su dolor sin que por ello fuera menos intenso, perdonó y pidió perdón, lloró y río, ablando su herido corazón y encontró en su verdad el agua para la sed que la ausencia de su padre le había producido. Al llegar mi turno de hablar, pensé en decir palabras para mi hijo, al que a pesar de sus pataletas de niño de cuatro años no he pensado seriamente en abandonar, sin embargo, más allá de mi comprensión, una voz que respondió a la de Eduardo tomó las riendas del discurso y desde lo más profundo de un corazón sincero le hablé como el padre que lo abandonó, le pedí perdón, pero sobre todo me centré en lo orgulloso que estaba de él, en lo feliz que me sentía de que fuera un buen hombre y en la importancia de que lo que había pasado se dejara pasar, bebiendo con dulzura la amarga experiencia, para bañarla en el bálsamo de una nueva mirada, le pedí que no cargara mi ignorancia y que se preparara para ser un buen padre, le auguré la mejor de las vidas y le desee lo más bello de la vida, le dije que lo amaba pero que jamás había sabido cómo colocar ese amor por encima de mi propio egoísmo. Nos abrazamos en medio de un mar de lágrimas. Sanamos algo tan profundo que es difícil describir con precisión qué fue exactamente lo que pasó, todos lo sintieron y una corriente eléctrica de paz dio por terminada la sesión en medio de abrazos que más parecían un saludo que una despedida.
Como este es un ejercicio de sistematización, baste decir que lo planeado se ejecutó de acuerdo con lo pensado pero resultó mucho mejor de lo que había imaginado, siento que el hecho de realizar el ejercicio en un lugar con una memoria de consumo de vicio y violencia fue muy poderoso para el sitio y para nosotros mismos. Es un servicio en doble vía, al lugar le recuerda que su objetivo como parque es precisamente ser un espacio de vida y a los asistentes que tienen herramientas para transformar su entorno por medio de un trabajo en equipo, pero también con el uso de las plantas. Hierbas al parque es una experiencia de sanación, un chamánico rezo blanco que busca con sinceridad generar un dialogo de saberes entendiendo la vida y el poder de las plantas, una apuesta por tejer en las raíces de lo ancestral el destino de lo cotidiano, una ofrenda a la memoria antigua de nuestros territorios guardada en los indígenas y campesinos, guardianes y defensores de esa posibilidad de pensarnos uno con la Tierra.
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